Marlango
El proyecto indie que se convirtió en fenómeno de masas
La dedicatoria que pronunciaba, como podía, Tom Waits en I wish I was in New Orleans dio nombre a un grupo surgido de casualidades improbables pero felices, cocinadas al mismo fuego lento de los ambientes bohemios donde este etílico músico legendario, que tanto admiraban, se había acercado a los poetas malditos, al cabaré de entreguerras, al jazz, al blues y a la extrañeza visual de Lynch.
Bajo este espíritu, Marlango se forjó a finales de los noventa cuando Leonor Watling empezó a interpretar estándares de jazz con un grupo de amigos. A partir de ahí la historia es conocida: la llegada de Alejandro Pelayo, la otra mitad del dúo, y la grabación de la maqueta que llegaría a manos de Óscar Ybarra, que la convertiría en el primer disco del grupo el 2004. Ese proyecto de naturaleza absolutamente indie cautivó rápidamente al público y se convirtió en un fenómeno de ventas, llegando a Disco de Oro.
Desde entonces se han consolidado como un elemento imprescindible de la escena española, llamados a menudo un «bálsamo musical», que con los años quizá ha perdido el deje melancólico de sus primeros trabajos para acercarse con Un día extraordinario y El Porvenir a sonoridades más luminosas. Un hecho al que, más allá del paso del inglés al castellano, ha ayudado notablemente el contrato con Universal, las colaboraciones con Bunbury, Jorge Drexler y Fito Páez, la despedida a Óscar Ybarra o la nueva producción (hecha en Los Angeles) con el tótem de la música comercial Sebastián Krys.
Sin embargo, nunca han perdido la elegancia sincera y nada impostada que les ha caracterizado, teñida del punto justo de aire canallesco, glamouroso y sórdido a la vez, donde la solidez de Alejandro Pelayo, fruto de su formación clásica, ha encontrado el contrapunto perfecto en los mil mensajes implícitos en la voz de Leonor Watling, quien ha demostrado con creces que era mucho más que una actriz famosa con el capricho de cantar.